Pocos eventos son tan apreciados de manera internacional y casi unánime como un espectáculo flamento (sin menospreciar otras manifestaciones artísticas, vaya por delante). Desde oriente hasta occidente, pero sobre todo oriente, esta mezcla de baile y cante característicos se ha convertido en un arte universal, patrimonio de la humanidad y seguido por millones de aficionados en las diferentes partes del mundo, como ya hemos visto. Además, no importa de qué magnitud sea este espectáculo, pues ya sea en vivo como en los famosos «tablaos«, las representaciones en los diferentes festivales, o incluso retransmitidos por televisión o streaming, siempre tienen un número de seguidores y apasionados ingente; y es que hasta en las diferentes ferias y celebraciones locales el flamenco es el plato fuerte de su agenda.
Una mención aparte merecen, en todo el entramado artítico que rodea a esta disciplina, los bailarines o «bailaores«, que es la forma correcta de llamarlos. Estos artistas llevan sobre sus espaldas, o más bien sobre sus pies, la enorme tarea de hacer que música, literatura y movimiento se conviertan en uno solo, y que esto suceda durante el tiempo suficiente para que el público sienta que están ante una amalgana artística en la que ninguno de los conceptos tendría razón de ser sin el otro. Difícil tarea, por eso no son muchos los que realmente alcanzan la fama; sin embargo, cuando lo hacen, es aún más difícil el superarlos.
Dicen en la profesión que el flamenco no se canta ni se baila, se siente; y los bailores y los bailaoras deben estar hechos de una pasta especial, a tenor de lo que se espera de ellos. A menudo al hablar de ellos se olvida la parte técnica de la disciplina, y se habla de que cierto artista tiene «alma»; y que cuando sale al escenario, no echa mano de las muchas horas de ensayo, sino de la pasión que se despierta en él o ella cuando sale ante el público y empieza a escuchar la música y el cante. Esto suena un poco frívolo, porque los sacrificios personales y físicos de los bailarines profesionales son bien conocidos, y los del flamenco no son la excepción; sin embargo, cuando se dar explicación a su éxito en un momento dado, es normal escuchar que se desnudó en el Festival Flamenco Madrid, como le ocurrió a la bailaora Belen López, como si su arte fuera el resultado de ese único momento y espacio.
Entendemos, claro, que Belén desnudó su alma, porque hubiera sido un punto que la artista se hubiera quedado en pelota picada en medio del escenario. Desde luego, no hubiera resultado indiferente para nadie, si cualquier espectáculo flamenco acabara con sus protagonistas enseñando sus encantos ocultos al aire libre sin pudor, como si estuviéramos ante un espectáculo de porno gratis. Es curioso porque, ante este pensamiento, se me ha ocurrido echar un vistazo por los videos xxx de las webs para adultos (sí, yo también consumo porno online, ¿qué pasa?), y las únicas bailarinas que aparecen en ellos son las de danza clásica. ¿Es que acaso una artista del baile no levanta pasiones y pone cachondo al personal si no va con tutú y mallas ceñidas? Bueno, es cierto que las bailaoras lo tienen un poco más difícil para el movimiento con sus largos vestidos, pero ¿a ninguna mente calenturienta se le ha ocurrido ese dicho tan morboso y práctico de «levantar la falda»? Pues eso.
No es que sea la idea de un espectáculo de baile con cierto toque erótico no se haya plasmado ya en la realidad, puesto que, de alguna manera, siempre es un gancho todo lo que tenga que ver con el sexo y el erotismo. El arte siempre se ha nutrido de esta clase de sensaciones románticas y sensuales, y el baile, como una expresión física de ellos, no podía ser dejado de lado. Pero, hasta ahora al menos, flamenco y pornografía se han mantenido en planos separados; por cuánto tiempo más, el mismo tiempo lo dirá.